La representación y su sombra

Resumen

El texto desarrolla una crítica filosófica al representacionalismo, entendido como la idea de que la percepción, el pensamiento y el arte consisten fundamentalmente en representaciones de la realidad. El autor, inspirado en Frege y en desarrollos posteriores, rechaza esta postura y sostiene que tanto la percepción como la actividad conceptual se aplican a los objetos en lugar de representarlos. Aunque el punto de partida es la filosofía de la mente, esta posición antirrepresentacional se extiende hacia la estética y las prácticas cotidianas, cuestionando la creencia moderna según la cual el acceso a lo real siempre requiere de representaciones. Posteriormente, el análisis se dirige a la teoría de la representación formulada por Kasimir Twardowski en 1894, quien distingue entre el objeto representado y la representación misma, recurriendo a la pintura como ejemplo. Un cuadro y el paisaje que en él aparece poseen estatus ontológicos distintos: el cuadro es real, mientras que el “paisaje pintado” existe únicamente como objeto intencional. Apoyándose en la ontología aristotélica, el autor explica que las entidades representadas poseen un modo de ser específico, no real sino intencional. Esta distinción permite mostrar que la representación aspira a una cierta transparencia, ocultando su realidad material en beneficio de la idealidad del objeto representado. Sin embargo, esta transparencia es construida, no natural. En definitiva, el texto sugiere que comprender la representación exige reconocer tanto sus condiciones materiales como su dimensión intencional e ideal.